Hace unas semanas, hablábamos de qué es una emoción, en qué se diferencia de un sentimiento y qué significa tener una buena inteligencia emocional.
En el artículo de esta semana, vamos a ver de manera más práctica cuáles son las habilidades necesarias para desarrollar nuestra inteligencia emocional.
- Identificar y percibir
El primer paso es aprender a diferenciar unas emociones de otras. Todas las personas somos capaces de sentir el mismo gran abanico de emociones, que se diferencian en su grado de agradabilidad (por ejemplo, la alegría resulta mucho más agradable de experimentar que la tristeza) y de intensidad (no es lo mismo sentir enfado a sentir ira, son experiencias similares, pero una emoción es más intensa que la otra).
“Todas las personas somos capaces de sentir el mismo gran abanico de emociones, que se diferencian en su grado de agradabilidad y de intensidad”
Para aprender a identificar las emociones, necesitamos por un lado abrirnos a la experiencia de sentirlas, y por otro, aprender a ponerles nombre. Una herramienta muy útil para ello es la rueda emocional. Se organiza entorno a 6 emociones básicas (ira, miedo, sorpresa, felicidad, tristeza y disgusto/asco) que se pueden experimentar con una gran diversidad de matices.
Otra manera de aprender a identificar lo que siento es pararme a observar cómo se siente en el cuerpo cada emoción.
2. Entender
El segundo paso, una vez identificada la emoción que siento, es pararme a ver por qué ha aparecido esta emoción.
Como veíamos en el anterior artículo, las emociones son nuestro consejo de sabias, aparecen para traernos un mensaje sobre lo que necesitamos o lo que queremos lograr. Es por esta razón que las emociones no se deberían clasificar en “buenas” o “malas”, sino más bien en agradables y desagradables, en el sentido de que, efectivamente, hay algunas que nos gusta experimentar más que otras, pero todas tienen una función.
Si aprendemos a entenderlas, quizá nos estén pidiendo que llevemos a cabo una acción para sentirnos más a gusto con nosotras mismas y con la vida que llevamos.
Veamos un ejemplo con una emoción que tiene muy mala fama: la envidia. Si yo siento envidia de alguien, en un primer momento posiblemente me sentiré mal conmigo misma, pues socialmente, es una emoción que parece que sólo sienten las malas personas. Sin embargo, esto dista mucho de ser cierto. Todas podemos sentir envidia en algún momento, y eso no nos hace ni mejores ni peores personas, sino más bien, humanas.
“Si aprendo a interpretar las emociones de una manera constructiva, éstas me ayudarán a dirigir mi vida en el sentido que yo quiero y necesito.”
Sin embargo, aquí encontramos una dificultad añadida: es posible que haya emociones que aparezcan “por si acaso”. Son lo que llamamos “falsas alarmas emocionales”. Nuestro sistema emocional, que está muy ligado a nuestra supervivencia, prefiere prevenir que curar, y por eso no es una máquina perfecta. Tendremos que aprender también a identificar estas falsas alarmas emocionales. Por ejemplo: la ansiedad es una emoción que viene a avisarnos de que es posible que nuestra integridad física o emocional esté en peligro. Sin embargo, puede ser que sintamos ansiedad ante situaciones en las que realmente no existe dicho peligro.
3. Gestionar
Una vez sé lo que siento, y aprendo a descifrar el mensaje que me trae dicha emoción, llegará el momento de ver qué hago con ello. Las emociones aparecen para motivarnos a la acción, para que hagamos o dejemos de hacer algo, de cara a experimentar un mayor bienestar.
Una buena gestión de las emociones implica ser capaz de calmarme yo sola, pero también ser capaz de pedir ayuda o apoyo a la persona adecuada cuando sea necesario. Este es un arte que requiere de tiempo y de altas dosis de autoconocimiento, en el que la prueba de ensayo-error es inevitable.
"Una buena gestión de las emociones implica ser capaz de calmarme yo sola, pero también ser capaz de pedir ayuda o apoyo a la persona adecuada cuando sea necesario."
Algunas recomendaciones para hacer una buena gestión de las emociones:
- No dejarse llevar por la impulsividad. Entre lo que ha ocurrido y la respuesta que tú das ante esa situación, está tu capacidad de decidir.
- Desarrollar las habilidades de comunicación: muchas emociones de las que sentimos tienen que ver con otras personas. Para poder decirle a alguien cómo me siento, necesitaré por un lado tener cierto vocabulario emocional, y por otro, empatizar con la otra persona, para poder transmitirle lo que yo siento respetándome a mi y a ella también.
- Dar espacio a las emociones desagradables, en vez de tratar de evitarlas o de no sentirlas, desde una actitud de autocuidado.
Es mucha la información que hemos condensado en este artículo para tratar un tema tan complejo. Aprender a manejar mejor las emociones es un trabajo que exige tiempo y constancia, ya que posiblemente tendremos que cambiar unos patrones que llevamos repitiendo durante mucho tiempo, y puede resultar difícil no caer en ellos de nuevo, sobre todo ante situaciones con alto impacto emocional.
"Aprender a manejar mejor las emociones es un trabajo que exige tiempo y constancia, ya que posiblemente tendremos que cambiar unos patrones que llevamos repitiendo durante mucho tiempo, y puede resultar difícil no caer en ellos de nuevo, sobre todo ante situaciones con alto impacto emocional."
Si te gustaría mejorar tu gestión emocional, te animamos a que te pongas en contacto con nosotras. Acompañada de una terapeuta que pueda darte una visión externa y con conocimientos acerca del tema, el camino puede hacerse más llevadero.
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El Equipo de A Pleno Pulmón.
Escrito por: Marta.
Agradecimientos a @josh-hild, @daria-kruchkova y @olly por su colaboración fotográfica.