El miedo que hay detrás de no poner límites suele ser el miedo al rechazo o al abandono. Si tengo miedo a quedarme sola, quizás creeré que la mejor opción es darlo todo por los demás (pensaré consciente o inconscientemente: “si soy útil para el otro, me necesita y, por tanto, me valora”)
Puede haber también una falsa creencia de que anteponer mis necesidades a las de los demás es egoísta y censurable. Esto no solo es cultural, se cultiva también en familias en las que los límites son castigados (por ejemplo, un padre que se enfada si dices que no puedes ir a comer a casa el día que él quiere) o no respetados (una madre que, pese a decirle que no puedes hablar todos los días por teléfono, sigue llamándote cada tarde).
Estos miedos o aprendizajes, van a hacer que no pueda poner límites sin sentirme culpable, egoísta, desconsiderada, etc. (¡al menos al principio!).