Para todas aquellas personas que hayan transitado un proceso terapéutico, sigan en redes sociales a profesionales de la salud mental o les llame la atención curiosear sobre psicología, no resultará extraña la frase de que todas las emociones son necesarias. Sin embargo cuando se habla de algunas como la vergüenza y la culpa pareciera que cuesta mucho más encontrarles su lugar.
¿Para qué sirve sentir culpa? ¿Qué gano cada vez que me siento avergonzada/o? Ambas emociones tienen un fuerte componente social, lo cual no es de extrañar cuando partimos de la premisa de que somos animales sociales. A lo largo de nuestro desarrollo como especie, vivir en grupo fue imprescindible para nuestra supervivencia. Para que esta convivencia fuera posible era indispensable que se mantuviesen una serie de normas que asegurasen la cohesión y el funcionamiento del grupo. Esta es una de las más tiernas raíces de los valores. Si estas normas, intrínsecas o extrínsecas, no se hubiesen cuidado, el mantenimiento del grupo, y por tanto la supervivencia de cada uno de los miembros, no habría sido posible.