Podríamos definir el diálogo interno como las conversaciones que tenemos con nosotras mismas, aquella voz “silenciosa” que nos permite ir evaluando aquello que va formando parte de nuestra experiencia.
El diálogo interno va evolucionando a lo largo de los años, conforme se va desarrollando nuestra personalidad y en base a nuestras experiencias vividas. Tiene tendencia a ser estable, aunque puede cambiar según el momento vital en el que nos encontremos. También podemos trabajar y poner intención en modificarlo si sentimos que nuestra forma de interpretar la realidad nos está limitando o generando sufrimiento.
Respecto a esto, el filósofo estoico Epicteto, decía: “no son las cosas que nos pasan las que nos hacen sufrir, sino lo que nos decimos sobre estas cosas”. De esta manera, destacaba la importancia de nuestro discurso interno en nuestra forma de vivir la vida.
El diálogo interno está relacionado con nuestra autoestima, y ambos se retroalimentan. Así, una autoestima sana me permitirá evaluar mi realidad de forma más realista, menos sesgada, confiando en mis recursos y aptitudes. En cambio, una autoestima baja me llevará a hablarme a mi misma de forma más negativa, poniendo la atención en los obstáculos y dificultades, generando un efecto de bola de nieve en lugar de convertirse en una herramienta útil para buscar soluciones.