Estos últimos años es tarea ardua encontrar una persona cercana a la que no le resulten mínimamente familiar el término Inteligencia Emocional. Desde la ciencia más estricta hasta las tazas en las que desayunamos cada día se habla de alguna forma de emociones, pero ¿qué es realmente la Inteligencia Emocional? ¿A qué nos referimos exactamente cuando hablamos de ella?.
Howard Gardner fue la primera persona en revertir el concepto de inteligencia tradicional (CI). Defendió que cualquier inteligencia era un constructo mucho más complejo, que no podía ser comprendido sin tener en cuenta las áreas biológicas, personales, e histórico-culturales de la persona. Desde aquí desarrolló un total de doce tipos de inteligencia; una de ellas, la Inteligencia Emocional.
Algo más tarde, Daniel Goleman en contacto con sus investigaciones, comenzó a profundizar sobre este tipo de inteligencia. Uno de los aspectos que encontró fue que algunas personas con un alto cociente intelectual (CI) parecían desenvolverse de una manera bastante pobre en su día a día, en contraste con otras de un CI más modesto que resultaban moverse con mucha mayor destreza.
¿Tiene esto que ver con la Inteligencia Emocional? Voy a dejar de lado las conclusiones de Goleman para permitir que juzgues por ti misma/o. Los estudios de Goleman la describen como un constructo formado por habilidades tales como: autocontrol, entusiasmo, perseverancia y capacidad para automotivarse. Lo más interesante de todo esto, es que todas y cada una de estas habilidades pueden ser aprendidas y entrenadas; de tal forma que deja de ser tan determinante la tan temida lotería genética.
Las distintas habilidades que conforman la Inteligencia Emocional pueden ser aprendidas y entrenadas
Asimismo, la Inteligencia Emocional puede desglosarse en diferentes partes:
- Empatía: capacidad de sentir y comprender lo que otra persona está viviendo.
- Autoconocimiento: está muy ligado a la autorreflexión y a la capacidad de comprender y conocernos en nuestras diferentes facetas y en nuestros distintos estados. En lo que respecta a nuestra parte emocional, implica saber comprenderlas en conjugación con conocer nuestra historia y nuestra manera de lidiar con las circunstancias.
- Autorregulación: es la habilidad para evaluar y hacer uso de las herramientas para modificar nuestros propios estados emocionales. Implica observar, distinguir y etiquetar las emociones con precisión, creer que se pueden modificar, poner en marcha las estrategias más eficaces para modificar las emociones negativas y, finalmente, evaluar todo el proceso.
- Motivación: está estrechamente relacionada con el grado de optimismo y felicidad que describe a una persona. Consiste en un impulso personal dirigido a lograr y a mejorar, que implica compromiso, disposición e ímpetu para continuar.
- Habilidades sociales: una vez habiendo tenido en cuenta todas las anteriores no es de extrañar que una alta Inteligencia Emocional implique a su vez una mejora en nuestros vínculos más próximos. Aquellos estados que somos capaces de reconocer, comprender y gestionar en nosotras/os, serán facilitadores de cara a acompañar a otras personas. Dentro de las habilidades sociales es fundamental destacar algunas como la empatía, el autocontrol, la escucha activa, la resolución de conflictos o el desarrollo de conductas cooperativas.
Las habilidades para desarrollar la Inteligencia Emocional son: Empatía, Autoconocimiento, Autorregulación, Motivación y Habilidades Sociales
John Mayer, un psicólogo de la Universidad de New Hampshire, junto con Peter Salovey de la Universidad de Yale formularon la teoría de la Inteligencia Emocional como “ser consciente de uno mismo (…) ser consciente de nuestros estados de ánimo y de los pensamientos que tenemos acerca de esos estados de ánimo”.
Para Mayer, existen diferentes tipos de personas en función a su forma de atender o dialogar con sus emociones:
- La persona consciente de sí misma
- Las personas atrapadas en sus emociones
- Las personas que aceptan resignadamente sus emociones
Un buen cuidado y desarrollo de la Inteligencia Emocional permite precisamente esto: desarrollar una atención comprensiva y cuidadosa hacia nuestros propios estados, que funcione como trampolín hacia una alta claridad emocional que pueda reflejarse a modo de prisma en nuestras distintas facetas vitales.
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Alba del Equipo de A Pleno Pulmón.